El sistema educativo está entre nosotros pero pasa de perfil mientras no estudiemos, mientras no tengamos algún hijo o familiar dentro. El desconocimiento de la realidad es insuperable.
Tanto es así que, cuando algunos profesores ponemos énfasis en según qué asuntos
educativos, gran parte de los que nos escuchan se quedarán sorprendidos, otros nos dirán que somos unos exagerados y los menos intentarán rascar algo más para ver qué hay de cierto. Por supuesto, en una sociedad de malos y de buenos, polarizada, donde lo dogmático crece a pasos agigantados, intentarán descubrir tu filiación política para no ver más allá de lo que las frases grandes y vacías de cada uno de los partidos ofrece a su parroquia. Peligroso, además, para que surjan sinvergüenzas, incultos y manipuladores que dicen representar la verdad a través de bulos y redes. El propio título y el inicio del libro anticipa algunas de las pecaminosas situaciones en las que nuestro sistema (me atrevería a decir europeo) ha caído.
Gente que tuvo la suerte de saber, de aprender conocimientos, de tener una cultura elevada, nos lleva ahora de la mano a la catástrofe. Si son conscientes están cometiendo un crimen contra toda la sociedad. Si no son conscientes, deberían al menos contactar con la gente que está al pie del cañón o, sencillamente, venirse a una clase unos minutos para ver lo que se cuece después de décadas de pedagogismo. El conocimiento no tiene cabida en estas propuestas pedagogistas. Lo más lamentable es que no hay absolutamente ninguna propuesta política en la actualidad, con posibilidades de gobierno, que quiera mejorar o darle la vuelta a este despropósito. Estamos engañando a las clases populares. Se les niega el conocimiento y la cultura a los hijos del obrero. Para ellos situaciones de aprendizaje y puntos de partida, regalos edulcorados para que no aprendan.
Ya que a algunos no nos dejan enseñar, que nos dejen al menos decir parte de la verdad.
